miércoles, 18 de diciembre de 2013

Eco proveniente de la luz del amanecer,
sonido sórdido, lívido, como de una cinta que se repite una y otra vez sobre el centro de los códigos que desgarran "huye, corre, sigue huyendo, sigue corriendo ... "

Tras dislumbrar (luchando contra las espuelas del yo que dejé) la única razón, salgo de mi coraza de algodón, intentando no tocar demasiado la piedra descalza con mis pies descalzos.
Casi deambulando sin sentidos hacia el exterior aprecio personas (o algo que se les parece) eso casi me hace vomitar y encerrarme, tan gélidos y superficiales que parecen cortinas superpuestas de máscaras que se cubren de cortinas.

Nadie conoce a nadie. Fingen matices. Creemos creer matices.

Tan lento como sus miradas seguían vacías yo continuaba andando, como movido por inercia, como sintiendo que estoy contra mi voluntad camino a las fauces que hacen rechinar sus dientes y donde maniquís sin expresión en su agonía llaman a los demás a ir hacia ellos.
Les imponen ir "No somos nadie si no vamos" dicen, aunque todos ellos seguirán sin ser nadie realmente.

Aún sabiendo todo esto, sigo andando, como decía por inercia, como si la realidad estuviese detrás de mí apuntándome con una bala ansiando salir sobre mi cráneo. Sonríe, al igual que todos los que portan esas idiotas curvaturas ahogadas de sinceridad.
Cuando la gente sonríe siento que se les plastifican las mentiras en el rostro, que las miradas se les pudren a medida que se les pierden los ojos y se agrandan las tajadas de odio, de las mejillas a las sienes.
Casi irreconocible entro obligado, escuchando los parpadeos de la ansiedad y temiendo que mi sombra no responda a la forma de mis actos, cerniéndose como si de millones de agujas se tratase, hasta herirme, hasta peor que matarme, matar solo una parte de mí.

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